En nuestro joven siglo solo hay una religión verdadera,
no sé su nombre, pero si conozco al Dios que venera:
LA EMPRESA.
Amarás a tu empresa por encima de todas las cosas
Al igual que cualquiera de las tradicionales, la nueva religión del siglo XXI persigue lograr la mayor cantidad de fieles y feligreses (en este caso se denominan asalariados). Y doy fé de que lo están consiguiendo. El mecanismos es tan sencillo, que asombra su perfección.
En primer lugar, se necesitan espectaculares púlpitos desde los que lanzar el mensaje, y si en siglos pasados, se gastaban ingentes cantidades de recursos en construir catedrales, mezquitas y todo tipo de opulentos templos, en nuestro siglo estas faraónicas construcciones han sido sustituídas por la tecnología de la información. Desde los medios de comunicación, controlados por los grandes sacerdotes, se controla toda la información que recibe el pueblo llano. No está de más recordar el viejo aforismo de información es poder. Y aunque se le dan diversas formas y envoltorios el mensajes es claro y único: Si a la empresa le va bien, al trabajador también. Por tanto el trabajador debe de hacer todos los sacrificios que se le reclaman para que a la empresa le vaya bien. No sé si es insultar a la inteligencia del lector añadir la conclusión a este planteamiento, pero lo haré: Al final, a la empresa le va bien y al trabajador cada vez peor, y vuelta a empezar.... La actual crisis nos lo demuestra a cada minuto y en los mensajes de fondo de cualquier noticiario.
Si bajamos a ras del suelo, podemos analizar inumerables situaciones cotidianas que ilustran este comportamiento, y que demuestran que la nueva religión consigue fidelizar hasta extremos integristas a muchos de sus asalariados. El ejemplo más evidente son los sistemáticos excesos en el horario laboral. La situación ha llegado a tal grado de perversión que cuando un trabajador se limita a cumplir el horario laboral para el que está contratado, sus jefes e incluso sus compañeros le consideran un aprovechado, incapaz de ofrecer ningún sacrificio por su Madre Empresa. Es más, el camino más rápido para ser despedido de una empresa, o cuando menos para no prosperar en la misma es cumplir estrictamente con las obligaciones asignadas. Cualquier jefecillo ha tenido que dedicar a su mísero ascenso infinidad de horas extras no retribuidas que ha tenido que birlar a su familia, amistades o al simple placer de estar tumbado a la bartola. Cuando se convierte en insignificante pastor de la Gran Religión, exige con más crueldad a sus súbditos un comportamiento "ejemplar" para con la empresa como el suyo. Quien no pasa por el aro: a la puta calle, de ahí la importancia de la contínua reclamación empresarial sobre la flexibilización del mercaado laboral. Terrible eufemismo para denominar el abaratamiento o incluso la gratuidad del despido.
Pero aún falta el aspecto más refinado de la nueva doctrina: Convencer al feligrés de que esta situación es la más conveniente para su espíritu y para su bolsillo. Y a fé, mis amados apóstoles, que lo han logrado. Hace mucho tiempo que no oigo en ningún lugar una vieja expresión que resume a la perfección esta situación: "No hay nada más tonto que un obrero de derechas".
Y como no, al igual que el resto de las religiones, esta nueva del siglo XXI, también tiene su propio paraíso. Desde sus púlpitos no paran de elogiarlo, aunque al igual que sucede con otros muchos paraísos, un análisis pormenorizado desvela más luces que sombras en la supuesta vida paradisíaca que nos proporciona la adhesión inquebrantable a los Dioses. El paradigma de este paraíso es la sociedad liberal, en la que prima el "yo me lo guiso, yo me lo como", o como dijo el gran sacerdote José María Aznar: El que quiera seguridad que se la pague.
Y por supuesto, a todo buen paraíso ha de oponérsele un infierno. En este caso el estado del Bienestar. Es el enemigo que debe ser derrotado. Según la mística de los nuevos sacerdotes en este infierno habitan inumerables individuos vagos y maleantes, dispuestos a vivir chupando la sangre a los honrados y esforzados trabajadores que dedican 16 horas al día 6 días en semana al Único y Verdadero Dios: LA EMPRESA.
¡ CUÁNTO AÑORO AQUEL SIGLO XX ! en el que primaba el desarrollo de los derechos del individuo y las peleas se establecían para alcanzar ese bonito karma del Estado del Bienestar. Se establecían luchas entre el poder y la sociedad, pero finalmente ésta conseguía arrebatar pequeños fragmentos de libertad de entre los dientes de los grandes capitalistas: Se reducían las jornadas laborales, se incrementaban las prestaciones sociales, se protegía a los desfavorecidos, etc, etc, etc. Sin duda existían defectos, pero el cmaino desarrollado sin duda conducía abuen puerto. Hoy nos han convencido de que esto es invíable y que debemos quemar nuestros derechos en los altares del beneficio empresarial. Y lo peor de todo es que la batalla parece perdida.
Al igual que con cualquier religión que se precie, la cúpula gobernante vive entre inumerables privilegios, mientras los mandos intermedios intentan recoger las migajas pisotenado tantas cabezas como les sea necesario. Los feligreses agachan la cabeza y ven en la tele Salsa Rosa....
Pero no me gustaría acabar tan pesimista porque mi carácter no es precisamente ese. Soy optimista por naturaleza, y creo que hay una solución a toda esta situación. Voy a dar unos consejos gratis a miles de empresarios que seguro están leyendo estas líneas ávidamente. Aunque no son originales míos, y me consta que algunas empresas los están aplicando de manera realmente exitosa:
-
Los beneficios de una empresa no aumentan a expensas de los gastos en personal,
-
El trabajdor no es el enemigo de la empresa ni de los beneficios de la misma, es su principal alíado.
-
Un trabajador contento es 100 veces más productivo que un que va a currar todos los días cabreado porque cada día le aprietan más las clavijas
- A veces una palmada en la espalda es el estímulo más eficaz para incrementar la productividad, y no esos absurdos y draconíanos planes de las empresas que se dedican a asesorar sobre los modos de optimizar los recursos y que inevitablemente comienzan por una reducción drástica de las plantillas
Y así sucesivamente....
Yo pecador, soy consciente de que después de publicar estas palabras mi destino está marcado: Arder en el fuego eterno del infierno del siglo XXI