Esta mañana escuché en la radio un interesante debate acerca de la prostitución, y en él, una portavoz de un grupo feminista abogaba no por la prohibición, ni por la legalización; sino por la abolición. Y para ilustrar su opinión ponía el ejemplo de la abolición de la esclavitud. Hoy no quería entrar a discutir sobre la cuestión de la prostitución, aunque sea un tema de tremendo interés, porque lo que inmediatamente ha surgido en mi cabeza, ha sido una pregunta: ¿de verdad hemos abolido la esclavitud en occidente?.
Obviamente la respuesta es no. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que visto una camiseta hecha en Bangla Desh, una camisa en India, y un pantalón en China, cuyo algodón ha sido cultivado vete tú a saber dónde; estoy escribiendo en un ordenador que ha sido ensamblado en cualquier país del mundo, cuyos componentes se han fabricado en infinidad de lugares remotos, y cuyas materias primas, como el coltán han sido extraídas en minas como las del Congo. Dicen que es la globalización, pero lo único que se ha globalizado a nivel planetario son las condiciones de esclavitud (o incluso peores) en que viven todos estos trabajadores que producen nuestra ropa, nuestros aparatos y todas esas cosas que hacen que la vida en occidente sea confortable.
No, en occidente no hemos abolido
la esclavitud. Lo que hemos hecho es trasladarla a lugares donde no la vemos y
decir, en el colmo de la autocomplacencia, que la hemos abolido. Posiblemente
sea la esclavitud más hipócrita en la historia de la humanidad. Y en cuanto a
explotación de seres humanos no se diferencia en nada de los numerosos modelos
de esclavitud que nuestra especie ha desarrollado a lo largo de la historia: ningún
respeto por los derechos humanos, condiciones laborales inhumanas,
aprovechamiento de mano de obra infantil, castigos crueles para los
contestatarios, ausencia total de oportunidades de libertad, ausencia completa de
escrúpulos a la hora de regular la salud de los esclavos, etc, etc, etc....
Podemos poner todos los paños
calientes que queramos y usar todos los eufemismos que deseemos. Pero el modelo
de vida occidental actual necesita esclavos, muchos esclavos. Nos
autoconvencemos de que somos defensores de los derechos humanos y cuando vemos
en un recuadro chiquitito de nuestros noticieros que docenas de esclavos han
muerto en una fábrica del tercer mundo donde se producen alguna de esas cosas
que tanto nos gustan, inmediatamente miramos para otro lado. Somos una panda de
hipócritas.
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