Nuestra clase política tiene numerosos defectos que los ciudadanos permitimos, a través de nuestros votos, perpetuar. Quizá uno de los más graves es la ausencia completa de planificación de estrategias a largo y medio plazo. Y esto lo pagamos muy caro en forma de improvisaciones y rectificaciones continuas. En la actual legislatura lo estamos padeciendo de manera muy notable.
Diversas leyes aprobadas, en demasiadas ocasiones a través de Decretos, han modificado otras desarrolladas en la anterior legislatura. Algunas de ellas afectan a porciones de vital importancia para la sociedad, como pueden ser la reforma de la ley educativa, o la "externalización" de la Sanidad, o la reforma de las pensiones, o la más reciente polémica alrededor de la ley del aborto. Todas estas reformas comparten el rechazo de una gran parte (cuando no unánime) de la oposición, y en varios casos los dirigentes de los partidos opositores se han comprometido con meridiana claridad a reformar dichas leyes si alcanzan el Gobierno.
Sin duda este irresponsable vaivén legislativo es una grave rémora para el desarrollo de nuestra sociedad. No puede ser que cada vez que se cambie de gobierno, se rectifiquen muchas de las estructuras y normas básicas de convivencia en nuestro país.
Resulta absurdo por ejemplo que este Gobierno modifique unilateralmente la Ley de Educación que ya se modificó en la anterior legislatura (donde no contó tampoco con demasiado apoyo social y político), a pesar de la amenaza de los partidos de la oposición de rectificarla de nuevo si ganan las próximas elecciones. Así no vamos a ningún lado.
Necesitamos una clase política capaz de llegar a a acuerdos básicos y estratégicos con una perspectiva a medio y largo plazo. El ejemplo de las leyes de educación es paradigmático en este sentido. Es decir, parece imprescindible que decidamos entre todos hacia donde queremos encaminar nuestro proyecto de nación y mantener algunos aspectos nucleares del mismo a salvo de los cambios de color político en los gobiernos. De lo contrario estamos condenados a padecer este sisnsentido una y otra vez.
Y como ya he hecho en otras ocasiones, no quiero culpabilizar exclusivamente a nuestra mediocre clase política de un problema que nos atañe a todos.
Si no existe la demanda social de este tipo de cosas, nuestros políticos jamás emprenderán estas reformas estructurales con una sólida base social y política. La exigencia de un consenso en materias fundamentales como la educación, la sanidad o las pensiones, a salvo de la natural alternancia política, ha de partir desde esta adormecida sociedad, la cual ha de penalizar a quien rompa esas líneas maestras. Y mientras esto no sea así, continuaremos dando palos de ciego y dando las mismas vueltas alrededor del mismo molino.....