Este país que padecemos, en ocasiones, saca a relucir toda su mediocridad sin ningún tipo de prejuicios. Sin duda, un ejemplo paradigmático que está inundando nuestra actualidad lo constituyen las feroces críticas que reciben determinados jueces. La cacería del juez incómodo ya se cobró una víctima notable hace unos meses: el juez Garzón, quien independientemente de algunas críticas más o menos fundadas a su forma de actuar, hasta la fecha continúa siendo la única víctima sentenciada del caso Gurtel.
No importa el color político del encausado, la táctica es muy similar en todos los casos. Aunque para ser del todo honestos, la balanza está muy inclinada últimamente hacia la derecha política y mediática. Hemos vivido numerosos bochornos judiciales, como por ejemplo ese disparatado procesamiento del ínclito Carlos Fabra, en el que se han sucedido infinidad de circunstancias que han retrasado de manera intolerable dicho proceso; también hemos padecido algunas sentencias aparentemente incomprensibles para el común de los mortales que han suscitado diversos grados de polémica; sin embargo, lo que estamos padeciendo en estos últimos meses es incluso más grave.
Me refiero, por supuesto, a la horrible presión política y mediática que están recibiendo algunos jueces que instruyen casos en los que están involucrados, habitualmente por corrupción, cargos públicos. Ejemplos los hay a docenas, pero entre los más sonados podríamos recordar al juez José Elpidio Silva en el caso de Miguel Blesa al frente de Caja Madrid; o el del juez Pablo Ruz en el caso Gurtel y en el de lo papeles de Bárcenas (a quien ya se le ha recordado de diversos modos, su interinidad); en el otro lado político, tenemos el caso de los EREs en Andalucía instruido por la juez Mercedes Alaya; o el que en la actualidad ocupa todas las portadas, el juez José Castro que ha osado imputar a la Infanta Cristina.
Todos estos casos presentan notables coincidencias. En primer lugar, los implicados e imputados lo son por diversos actos relacionados con tramas corruptas, y la respuesta de los mismos y de sus respectivos coros de medios incondicionales, la misma: lo primero que se hace es dudar de la honestidad del juez que juzga el caso. Se les acuse de ansia de notoriedad, de horrorosos errores en la instrucción de sus casos, en la ausencia de respeto hacia el principio de inocencia, de supuestos intereses políticos, y de no sé cuantas cosas más. Posiblemente si buscásemos más detalladamente en la hemeroteca descubriríamos que alguno de estos jueces mató a Manolete.
Un ejemplo paradigmático es la siguiente portada de la Razón en la que el encabezado "El auto del Castrismo" denota la más absoluta carencia de cua
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