Vaya por delante, especialmente para quienes no me conocen personalmente, que soy muy futbolero, y que ayer me alegró un montón que ganase España la Eurocopa. Sin embargo el sentimiento que me ha invadido a lo largo del día según veía, escuchaba y sentía todas las manifestaciones de alegría ante la victoria futbolísitca, ha sido el de la amargura de intensidad creciente.
No es precisamente por la explosión de alegría que se demuestra por todas partes, ni mucho menos por la saludable ostentación de los símbolos nacionales, ni siquiera tampoco por la terapéutica utilización del fútbol como un anestésico pasajero.
Yo creo que lo que me genera esa sensación incómoda de amargura es la enésima y quizá definitiva constatación de las contradicciones de este mundo que nos ha tocado vivir.
Resultan muy contradictorias, las enfervorecidas masas gritando el "Yo soy español" y otras cosas similares, cuando de manera inmediata vienen a la cabeza nuestras cifras de paro, nuestra prima de riesgo, y nuestro papel en la escena internacional actual....No es precisamente para sentirse orgulloso.
No puedo evitar pensar en la cantidad de gente que sale en estas manifestaciones de alegría que habrán sido despedidos recientemente al amparo de la nueva reforma laboral, cuantos pertenecen a ese grupo cada vez mayor de los que no cobran ninguna prestación, cuantos trabajan sometidos a contratos basura semiesclavistas de seiscientos euros, cuantos están a punto de acabar sus estudios para engrosar directamente las inacabables listas de paro, y así sucesivamente hasta casi un desolador infinito.
Sinceramente, no me parece un momento oportuno para reclamar el orgullo de ser español.
¡Qué pocas banderas españolas y caras pintadas, y gritos de la Roja se ven en estas filas!
Por otro lado, se nos ofrece una idílica imagen de los futbolistas españoles como ejemplo de modestia y modelo admirable de valores éticos para nuestra juventud. Y hasta ahí podíamos llegar.
Los futbolistas profesionales no dejan de ser una minoría de jóvenes privilegiados y agraciados por la fortuna que no representan a nadie salvo a si mismos. Constituyen un grupúsculo de personas que viven en un mundo alejado de la realidad, con sus propias preocupaciones y unos inmensos privilegios. Los valores que supuestamente les han encumbrado a la cima del balompié que tanto reclaman de esfuerzo, sacrificio, etc etc, también han sido desarrollados por una multitud de chavales que se quedaron en el camino y acabaron convirtiéndose en juguetes rotos de un sistema de deporte de élite que devora a docenas de adolescentes ilusionados con llegar a ser héroes del balón.
Si a esto le añadimos la polémica organizada en torno a las tributaciones fiscales de sus inmensas primas logradas, tengo la impresión (nada errónea, me temo) de que los futbolistas profesionales no constituyen ningún ejemplo para nadie.
Si no hay pasta (y mucha), ninguno de los futbolistas habría defendido esa camiseta que tanto dicen amar.....
Y por otro lado están esas incomprensibles afirmaciones con sujetos en primera persona del plural tan frecuentes en estos días...."Hemos ganado....", "qué buenos somos....", etc, etc, etc. Son posiblemente lo que más amargura y desencanto me produce
¿En algún momento nos daremos cuenta de que "nosotros" no tenemos nada que ver con esto, y que los beneficiados de toda esta historia son los futbolistas y los federativos que se han llenado los bolsillos, no solo con las primas sino también con los enormes y poco declarados beneficios económicos obtenidos con la publicidad?.
Cuando tengamos clara la diferencia entre "ellos" (los que se llenan los bolsillos con este negocio), y "nosotros" (los que pagamos el banquete), más probabilidades tendremos de abandonar la estupidez que a tanta profundidad nos arrastra. Y por supuesto, no me refiero exclusivamente al fútbol.
Esto no es cierto, nos lo creemos porque puede ser divertido. Pero unos pocos ganan (y mucho), y muchos otros pagamos....
En fin, que está bien que España haya ganado la Eurocopa y durante hora y media nos hiciesen olvidar algunas de nuestras preocupaciones cotidianas.
Pero nada más.
No permitamos que el Circo nos haga olvidar que nuestro problema es que tenemos poco pan
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