Los acontecimientos económicos de los últimos días nos tienen a todos en un estado de exaltación pernicioso. Probablemente la causa de ello sea la indefensión, ya que cada día es un nuevo motivo, cada jornada una nueva excusa para empeorar las cosas: Bajadas de la Bolsa, encarecimiento de la deuda, elevaciones del diferencial de deuda, etc, etc, etc.
Hoy sin embargo, me gustaría abrir un poco el foco, para de este modo intentar que los árboles (por enormes que sean) no nos impidan ver el bosque.
Supongo que fue a mediados de los 90, cuando Occidente optó por el camino que estamos recorriendo en la actualidad y que tiene difícil retroceso. La línea maestra de este camino viene a decir que el desarrollo económico de la sociedad ha de estar regido por los poderes financieros. Por este motivo, las sociedades occidentales premian los rendimientos de la inversión y castigan duramente con impuestos los rendimientos del trabajo (nóminas y salarios). El planteamiento en si no parece del todo malo, ya que parte de un supuesto aparentemente lógico: Si las Bolsas y los mercados logran crear riqueza, y por tanto puestos de trabajo, ésta se transmitirá de forma más o menos automática a los ciudadanos que verán como sus rentas crecen en una proporción similar a la de los mercados financieros.
Sin embargo la realidad nos ha demostrado la ingenuidad de tal planteamiento. El egoismo innato del sistema capitalista ha impuesto sus leyes, y las ganancias del sistema no se transmiten a ningún sitio (salvo a los bolsillos de los de siempre). Finalmente las grandes corporaciones multinacionales tan solo tienen un objetivo: Mantener unas balances de beneficios frente a sus accionistas con unos márgenes irreales. En muchas ocasiones, la exigencia es el mantenimiento de rentabilidades superiores al 30% anual. Y claro esto es insostenible, porque para mantener estos márgenes se deben sacrificar muchas cosas, para empezar el Estado de Bienestar, cuyo mantenimiento es tan caro a los Estados.
Y en ello estamos, poco a poco se van dando dentelladas a nuestros derechos y beneficios sociales, que tanto sudor, lágrimas y sangre costaron a nuestros antepasados. Y la mayoría de ciudadanos acudimos alegres y desconfiados al altar del sacrificio porque nos han explicado que es imprescindible hacerlo así. El negocio es redondo.
Pero, ¿alguien se ha parado a pensar hacia donde vamos con este modelo?, ¿a dónde nos conduce el camino emprendido?. Recapacitemos un momento, porque el modelo de desarrollo económico exitoso del siglo XXI lo tenemos delante de nuestras narices: China.
Efectivamente, el modelo chino es el precipicio al que nos dirigimos las naciones occidentales: Una sociedad en la que el individuo es un simple trabajador sin derechos, sin protección, sin vacaciones, que trabaja por un mínimo salario para que el crecimiento de su empresa sea satisfactorio. Y ya sabemos lo inconformistas que son los empresarios mundiales (no solo los chinos), cuando de beneficios se habla. En el modelo chino, las cifras de crecimiento económico, de exportaciones, e incluso las tasas de desempleo son extraordinarias. Y todo esto, al empleado que trabaja 12 horas al día, 6 días en semana, 365 días al año, ¿qué más le da?. Yo no quiero que Europa se dirija a este precipicio.
Típico paisaje chino del Siglo XXI
Por no hablar de otros aspectos trascendentales, como el de la insostenibilidad de un modelo de crecimiento descontrolado como el chino. Es más barato producir contaminando, y por tanto los beneficios se multiplican.
Hay solución a todo esto. Como he dicho en otras ocasiones, soy optimista por naturaleza. No es fácil, evidentemente. Y, por supuesto, no quiero pensar como la humanidad ha resuelto en su historia los cambios bruscos y los desquilibrios cuando llegan a ser insostenibles.
Para empezar, ya no valen medidas locales. Cualquier remedio y retroceso en este mal camino seleccionado debe ser emprendido por un gran porcentaje de paises desarrollados. Y propongo una medida sencilla: Que los beneficios obtenidos mediante las inversiones de capital, es decir, el dinero que se gana en las Bolsas y Mercados, tribute al mismo tipo que los rendimientos del trabajo. Es decir, con tipos de hasta el 50% en los casos de los grandes grupos de inversión (el equivalente por ejemplo a los sueldos de los futbolistas). Por supuesto, antes de esto habría que acabar con los paraisos fiscales.
¿Hay alguien ahí fuera dispuesto a emprender este camino?.
Si es así, ya cuenta con mi voto.
http://paginaaleatoria.blogspot.com/2010/05/sacrificios-para-los-de-siempre.html
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