Mañana se vota en el parlamento catalán la prohibición de las corridas de toros en esa comunidad. Y gran parte de los líderes de opinión se han lanzado a una vertiginosa velocidad a mear fuera del tiesto (que dirían Les Luthiers). Suele suceder casi siempre cuando los poíticos se involucran en temas socialmente sensibles.
Vaya por delante que no me gustan los toros, que sólo he ido una vez a una corrida y no me gustó, y que apenas los veo por televisión. Supongo que si todo el mundo fuese como yo, no haría falta discutir si toros sí o toros no.
Pero es que se han oído tantas majaderías en estos días que no me puedo resistir a comentar algunas de ellas.
Esta es una de las cuestiones importantes en este tema: la gran afluencia de público a las plazas de toros
En primer lugar no podemos obviar las bajas pasiones políticas que el debate ha despertado, convenientemente azuzado desde sus extremos con el objeto de apelmazar aún más a las masas de hooligans que defienden por un lado a partidos nacionalistas y por otro a los sectores más reaccionarios de la derecha. Me explico, los nacionalistas, y en especial los independentistas catalanes han aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para intentar extirpar otro símbolo más de España en las tierras catalanas. Mientras que por otro lado, actitudes como la de Esperanza Aguirre que en respuesta a este intento de abolición, ha declarado las corridas de toros como bien de interés cultural o algo parecido, suponen un intento más de la lideresa madrileña de meter el dedo en el ojo de todos cuantos la rodean.
Sin duda alguna, este es un debate lícito y no político, así que en cuanto nuestros representantes lo emplean como arma política, queda absolutamente desvirtuado, y lo que deberíamos hacer es procurar que intervengan lo menos posible. Es casi imposible lo sé.
Por otro lado, me sorprende muchísmo la ingenuidad de esos supuestos ecologistas que están contra las corridas de toros. Supongo que los más interesados en que se prohíban las corridas de toros en Cataluña serán los empresarios del sector de Aragón, Valencia y Sur de Francia. Ya me veo peregrinaciones como aquellas hacia Perpignan a ver "El último tango en París". La historia nos demuestra insistentemente que las prohibiciones de este tipo únicamente conducen a reforzar la actitud que persiguen erradicar. Que se lo digan si no a los que se forraron con la Ley Seca. También me imagino el estropicio turístico que se producirá cuando esas manadas de japoneses que llenan las plazas de toros españolas sepan que no podrán disfrutar de semejante espectáculo en Cataluña.
Todo esto me recuerda muchísimo al genial lema de Quino "Prohibido prohibir".
El argumento más sólido contra las corridas de toros es el sufrimiento con el que mueren los animales, y es evidente que no debe ser nada divertido para los morlacos el trato que sufren en las plazas. Pero yo me pregunto, con la que está cayendo en otros terrenos ¿no hay cuestiones más importantes que tratar?. Y no me refiero a cuestiones alejadas de la extinción de especies animales, del trato que reciben los animales que luego nos comemos, etc, etc.
Pero en este sentido, aún queda una cuestión que me parece esencial. Partiendo del hecho de que la cría del toro de lidia requiere de enormes cantidades de terreno dedicadas exclusivamente a dicho menester. Por este motivo y especialmente en Extremadura, Castilla la Mancha y Andalucía, existen grandes dehesas y otras enormes fincas dedicadas en exclusiva a la cría de estas especie. Esas superficies se han convertido en lugares ecológicamente privilegiados en los que habitan numerosas especies animales en peligro de extinción, y que probablemente no sobrevivirían a las presiones externas de diversas causas. Parece por tanto razonable pensar que si desapareciese la cría del toro de lidia, esas grandes extensiones de terreno no disfrutarían de la protección natural de la que gozan en la actualidad, y que por tanto las especies que en ellas viven, se verían gravemente amenazadas. Y eso a los ecologistas no nos gustaría ¿verdad?.
Pero aún me gustaría llegar un poco más lejos en los argumentos de fondo. Y es que en muchos momentos las razones que exhiben de los prohibicionistas me recuerdan a las que enarbolan los que están por ejemplo en contra del aborto. Pretenden imponer su punto de vista a los demás basándose en una supuesta autoridad moral. Y yo esa autoridad no la veo por ninguna parte en ninguno de los dos casos. Creo sinceramente que lo que hay que hacer es respetar los puntos de vista del vecino y respetarlos. Por tanto, no me veo capacitado para decidir si algo tan polémico como los toros se han de prohibir. Es todo mucho más sencillo: El que quiera ir a los toros que vaya o los vea por televisión (¿o es que también prohibirán las emisiones de corridas en las televisiones catalanas? ¿o en internet?); y a quien no le gusten pues con no ir o cambiar de canal tiene más que suficiente. Y si su preocupación por el maltrato animal es una de las causas más importantes de su vida, pues creo que hay infinidad de campañas en las que volcar sus esfuerzos de manera más eficaz. Insisto en el argumento con el que empezaba. Si todo el mundo tuviese el interés que yo tengo por la tauromaquia, indudablemente la tauromaquia sería una actividad en peligro de extinción.
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