En estos azarosos días hay dos cuestiones que llenan todos los noticiarios españoles: La crisis de los refugiados y las elecciones catalanas. Quizá algún día escriba sobre ellos, cuando la saturación que ambos provocan haya amainado.
Hoy quería comentar un grave problema al que nos venimos enfrentando desde hace muchos años en la política nacional, y probablemente mundial. La ausencia de un plan, de una estrategia clara que oriente nuestras decisiones, lo que provoca constantes bandazos en las mismas. El cortoplacismo, en demasiadas ocasiones de carácter exclusivamente electoral, guía todas y cada una de las decisiones que se adoptan. Y claro, así nos luce el pelo.
En la legislatura que está a punto de terminar se han producido numerosos ejemplos de esto, fomentadas todas ellas por una mayoría aplastante en los parlamentos. Las leyes aprobadas son legítimas, claro está, pero adolecen de continuidad y de consenso. No tenemos ni la más remota idea de adonde pretendemos llegar.
Un ejemplo paradigmático es la reforma educativa del privilegiado ex-ministro Wert. El gobierno aprueba una reforma educativa contra la que se manifiestan toda la oposición así como numerosos colectivos de profesores, padres, y alumnos. La ausencia de consenso es clamorosa. Pero el rodillo de la mayoría absoluta impone su criterio, y la ley Wert se aprueba exclusivamente con los votos populares, a pesar de que los partidos de la oposición anuncian su derogación en cuanto se produzca un cambio en el gobierno; eso si, se cuidan muy mucho de lanzar una propuesta clara y sólida de lo que harán cuando gobiernen. Todo esto, por supuesto, aderezado por el habitual follón mediático que inunda nuestros habituales medios de desinformación.
El panorama resultante es lamentable, pues parecemos abocados a padecer reformas continuas del sistema educativo cada vez que se produzca un cambio en el gobierno. Obviamente esto no hay por donde cogerlo.
Ni siquiera en una cuestión tan sensible y trascendental como la educación de las generaciones venideras somos capaces de promover ningún tipo de acuerdo, mientras nuestros hijos y nietos van sorteando este cúmulo de despropósitos como buenamente pueden.
El debate que rodeó a la ley Wert fue puramente visceral, carente de verdaderos contenidos. Es natural, porque nadie tenía un plan alternativo a medio plazo para este tema (y creo que para casi ninguno). Los problemas ideológicos y electorales, por no añadir la sospecha de intereses particulares, de unos y otros se resuelven con la aprobación de un Decreto Ley, y aquí sálvese quien pueda.
Este esquema se ha repetido en infinidad de leyes aprobadas a lo largo de la presente legislatura. A veces me imagino que la próxima va a ser una mera vuelta atrás para deshacer muchas de las cosas que se han aprobado en esta...y ¿qué sucederá en la siguiente?....
El panorama es desalentador, pues en los discursos de los políticos las ideas brillan por su ausencia, las propuestas carecen de contenido, nadie parece saber hacia donde debemos dirigirnos; en definitiva, el medio es el mensaje. Todos vociferan sus eslóganes carentes de una estrategia y planificación a medio plazo, mientras no paramos de dar vueltas alrededor de la eterna confrontación partidista de la que los únicos beneficiados son los más gesticulantes.
Pero todo esto no es casual. La sociedad se muestra totalmente anestesiada ante este disparate, y al final tenemos lo que nos merecemos. Si a nadie parece preocuparle que, por ejemplo, tengamos una política educativa estable en el tiempo, ¿por qué iban a hacerlo los políticos?. Una vez más se confirma que la clase política que padecemos no es más que un fiel reflejo de la enferma sociedad en la que sobrevivimos.
El problema es grave y de difícil solución. Para empezar, debemos ser conscientes de que tal problema existe, y eso no es fácil, pues los medios de desinformación ya se cuidan muy mucho de mantenernos entretenidos con nuestras pequeñas y estúpidas batallas cotidianas; mientras los problemas de envergadura y trascendentales quedan ocultos bajo la alfombra de la constante confrontación vacía. Quizá esta necesaria transformación social a la hora de exigir responsabilidad a nuestros políticos sea el único camino posible; pues la alternativa de la abstención en el voto no parece ser un mecanismo adecuado (les da igual, y siempre cuentan con los incondicionales, que a fecha de hoy representan un elevado porcentaje).
Por tanto, la única posibilidad que se me ocurre es que esta demanda de responsabilidad, de planificación de las estrategias en cuestiones importantes, de acuerdo y consenso en asuntos de vital importancia empiece a calar hondo en la ciudadanía, que se genere un ambiente mayoritario de que así no podemos seguir, y de ahí se transmita a la clase política, que al fin y al cabo, como decía antes no es más que un fiel reflejo de la sociedad a la que representa.
Debemos empezar a asumir que cada uno de nosotros somos parte de la solución a los problemas que nos asolan, y que éstos, no van a ser resueltos si no demandamos que lo sean.
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